jueves, 27 de julio de 2017

caza implacable (1971) Impactos, sangre y balas por doquier.

Los impactos de bala con sangre comenzaron a usarse de forma habitual a finales de los años sesenta.  Hasta entonces en las películas,  los actores y especialistas recibían disparos de bala y caían fulminados  gritando y  levantando los brazos sin que se viese impacto ninguno en su cuerpo, ni sangre ni nada por el estilo. La imaginación del espectador lo hacía todo.

No sé exactamente quien comenzó con ello, pero en los sesenta, especialmente en el western y el cine bélico, algunos directores comenzaron a pedir impactos de bala con sangre. El director americano Sam Peckimpah los puso de moda  con películas como Grupo salvaje (1969) Pero unos años antes ya habíamos visto algunos ejemplos. En La muerte tenía un precio (1965, Sergio Leone)  El técnico italiano de maquillaje Rino Carboni con la ayuda del español Juan Farsac, hicieron un impacto de bala en la frente de un actor.  


Donde podemos ver impactos sangrientos  en todo su esplendor es en El regreso de los siete magníficos (1966, Burt Kennedy) En esta película, el técnico de FX  americano Richard Parker y su ayudante español Fernando Pérez  colocaron  impactos en cuerpo con bolsas de sangre para crear espectaculares efectos.  

De nuevo en un espagueti western rodado en España encontramos más rastros de sangre. Vamos a matar,  compañeros (1970, Sergio Corbucci)



Y llegamos a Caza implacable (1971, Don Medford) En este caso el técnico de efectos fue Manolo Baquero y en el maquillaje estaban José Antonio Sánchez y Ramón De Diego, que ayudaron a colocar los impactos, especialmente  dos de ellos  en cuerpo desnudo, en el estomago y espalda de dos actores. Tuvieron que colocar pieles de látex tapando  los pequeños detonadores y las bolsitas de sangre.












El culpable de todo esto,  el siempre infalible Gene Hackman


Con los años este efectos se ha convertido en imprescindible y parece que ya no nos creemos que alguien ha recibido un disparo sino vemos el consabido estallido de sangre, a veces convertido en autentico chorro y aspersión  por algunos directores amantes del efectismo.